EL DIARIO VASCO 18-05-2012
Es como si el día a día fuera una continua letanía entre
gente de fe extensa. Mucha jaculatoria, que de tanto oírlas, verlas o leerlas, da
la impresión de que se olvidan la bondad
de la intención y la intención misma que las inspiró.
Mi tía, -era
su sobrino preferido-, me obligaba de tiempo en tiempo a un trabajo
mecanográfico que ella recogía con ganas y, tras plastificarlo debidamente,
repartía entre fieles e infieles para que les sirviera como un detente bala
ante incendios, robos, atracos y otros percances no deseados y más propios de
una compañía de seguros o de la policía que de una plegaria a los cielos. Lo
que yo mecanografiaba en serie era una oración que se titulaba Oración al
Sagrado Corazón y comenzaba rezando Virgen Santísima. El efecto era el mismo,
ante mi falta de aprobación, invariablemente me beneficiaba escondiendo entre
los libros de mi biblioteca una unidad de las mecanografiadas. Pasó sin
conciencia de las capacidades de un ordenador personal.
Algo
similar me sucede con los personajes y responsables públicos. Tengo la
sensación de que les da lo mismo comenzar una oración a la Virgen invocando al
Sagrado Corazón, y viceversa, con tal de que aparente ser oración o no pararse
a pensar demasiado en lo que se dice. Entre los ejemplos me viene la imagen de
mucha gente retratándose con el lema “la cultura nos hace más libres” o la
referencia a un plan gubernamental que contempla el hábito de leer como una
“herramienta para crear empleo”.
Sin explicaciones son solo jaculatorias, y la insondabilidad
de la crisis alcanza hasta a la fe.
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