DV 15-06-2012
Siempre le queda a
uno la duda de no haber actuado con la suficiente entereza y dignidad, de no
haber estado a la altura de las inevitables exigencias. Puede no importar
cuando se trata de uno mismo, pero cuando puede afectar a otros, silenciosos
otros, aprieta la congoja. Surge la duda
de si se ha contribuido a la devaluación de una causa que requiere justicia y
sin la cual es irreparable, o de si se ha sido condescendiente y complaciente
con actitudes a las que no les correspondía ese derecho ni tratamiento.
Tuve un
encuentro de buena voluntad no hace mucho, motivado por esa decisión de superar
el pasado y de hablar de futuro entre gente que no nos hablábamos. Sin reproche
alguno, resignados en el presente para poder convivir en el futuro, oí como mi
interlocutor se refirió a mi deplorable pasado, -largo, pero no lejano-,
arguyendo que me había tocado. Pusilánime, o políticamente correcto, renuncié
al matiz y seguimos dialogando.
Entre tanto
mi mente se resistía a aceptar aquella idea de fatalidad. Era verdad que me
había tocado a mí, sí, porque alguien había decidido que me tocara a mí. Otros
tuvieron peor suerte en esa tétrica lotería y hoy todavía mucha gente los
considera desafortunados aplastados por la historia, no otra cosa, un conflicto
dicen. Todos sabemos que en esa historia, en ese conflicto, hubo gente que
decidió y mucho, que dirigió el sorteo, y que está cerca el día de decírselo
sin que se nos caigan los ojos. Hasta entonces, que acabará el tiempo del
respeto a lo despreciable, casi todo estará pendiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario