20-7-2012 EL DIARIO VASCO
Dijo behi urdina y entendimos que quiso decir que en su caserío tenían
una vaca azul. Nos reímos de él hasta reventar y no parar. No había todavía
envoltorios de chocolate que indujeran a nadie a esa confusión, era que estábamos
asimilando nuestra gama de colores a la lengua castellana y desconocíamos que urdin, para rostros exclusivamente azul,
tenía más significados, que andaba más cerca del gris que del azul. La
literatura nos hizo entender lo que no le entendíamos al compañero de escuela, ilea urdindu, salirle canas. Como en el
tango, platearle la sien.
Desde
entonces sé que el nombre de los colores es una verdad que no dura un minuto y
que la palabra, la sugestión y el respeto a la autoridad no deben de prevalecer
en nosotros sobre la fe. Nunca he creído que todos los mares del mundo no sean
azules, salvo el Rojo y el Negro que, precisamente, se llaman así por no ser
azules.
Alguien, con fortuna, dijo que el mar era azul y en eso
hemos quedado, acuerdo por unanimidad. Nunca he visto un mar que no fuera azul,
nos enseñaron a verlo azul y la literatura lo ha azulado más todavía. Por lo tanto
nadie miente, es azul en verdad, ese es el mérito del poeta. Si alguien afirma que
el mar no es azul corre el riesgo de que todos, como siempre irreflexivamente,
se le echen encima y duden de su cordura. Pero deberían de acercarse al palacio
de Miramar y observar nuestro mar, verlo azul es como el extraordinario de la lotería,
nunca me ha tocado. Será así de azul. La vida es creer, o decir que se cree.
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