EL DIARIO VASCO 17-08-2012
Toda crítica a elementos
simbólicos, identitarios, históricos y a prejuicios establecidos corre el
riesgo de ser ridícula y ridiculizada desde el conservadurismo. Se ridiculiza a
las feministas, se ridiculiza a los ecologistas, a los izquierdistas… hasta el
punto de hacer creer que el feminismo, el ecologismo o el izquierdismo no son
más que la caricatura de millones de resentidos que hacemos que en el mundo
haya conflictos allá donde no los hubo nunca. Quien se aliste a similares causas
debe de preocuparse de usar la inteligencia y procurar que la bandera no ondee
en exceso, y menos por encima de ciertas cabezas.
Me pasa con el
antitaurinismo. Dependiendo como sea el de turno puedo ser un selecto defensor
del espectáculo, o convertirme en un consumado antitaurino en base a quien o cómo
se defiendan las corridas. Eso sí, no dudo de que una sociedad sin prácticas de
abusos a animales, sea para engordarlos o matarlos a arma reluciente, está
menos distante de la perfección que la que ostenta esas prácticas. No importa
tanto que el refinamiento y la cultura la engalanen y, por momentos, le sirvan
de atenuante.
Mucha gente hay que no ve
más que prejuicio, resentimiento y aguafestería en las posiciones antitaurinas,
sólo exceso y fealdad, ordinariez y procacidad. De estos argumentos se suele
valer para ocultar y no ver lo que de razonable y racional tiene tal postura.
Nada digo de aquellos que pliegan el pro o el contra en enseña patria, sea esta
roja y gualda o bicrucífera roja, blanca y verde, abyecta guerra de banderas.
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