Es escandalosa la poca o
nula alarma social que provoca la financiación pública, y parapública, del
nuevo estadio del Athletic. Es increíble que representantes de los ciudadanos,
capaces de encararse públicamente a un futbolista por la inmoralidad de pedir
más y más salario, y sus antagonistas, al unísono, incapaces todos ellos de
mantener un digno mínimo criterio común en materia fiscal, promuevan este tipo
de operaciones.
No voy a extenderme en la
comparativa con la austeridad en programas sociales y culturales o en lo
humillante que resulta ser ciudadano de un país y un territorio incapaces de
abrir Chillida Leku, pero sí que insisto en la agresión ciudadana que suponen
las decisiones institucionales que promueven una injusticia para compensar
otra, o una desigualdad para lo mismo. Quiero decir que la hipotética descompensación
territorial que pudiera suponer San Mames Barria (con “a” para más inri) no se
debiera equilibrar con ninguna operación de dudoso carácter social aunque esta
favoreciera a la Real de nuestros sentimientos.
Ni tengo, ni he tenido,
mayor conocimiento de la operación de supresión del aro olímpico de Anoeta,
-nunca me veréis ya correr los 110 vallas, desisto- para poner un calificativo
más alarmante que el de dudoso. Pero nadie me ha dado una razón para evitar
pensar que lo que se hará no ha de ser otra que generar otro activo tóxico, una
propiedad de banco malo o uno de los últimos vestigios de la insuficientemente
repudiada economía del ladrillo, y por unanimidad. Torres más grandes…
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