Contaba su
experiencia, hasta entonces creíble, la políglota ponente y manifestó que había
dejado de leer a determinado autor desde que éste se había metido en política, que
ella leía a Isabel Allende. La crítica presta al relegado un reconocimiento unánime
y estudiosos canónicos clasifican a la señora Allende como autora de novelas
rosas de gama intelectualizante. Por mucho que sea cuestión de gustos suena arbitrario
y caprichoso y el recelo se extiende sobre todo el contexto. Con todo, más
sintómatico y preocupante me parece la causa que el efecto, no sus actitudes
políticas sino el hecho de meterse en política. Los sobreentendidos de la
expresión meterse en política o simplemente un enunciado que rece “los
políticos” me enervan, en todas las acepciones de la palabra.
No son tan
lejanos los tiempos en los que dicen que se vivía bien si uno no se metía en
política. Algo similar sucede hoy que en casi todas las situaciones adversas, y
todo es adverso, no sabemos encontrar otro responsable que no sean los
políticos, es decir la política. Lamentable coincidencia con los totalitarismos
y más concretamente con la dictadura franquista, de la cual hubo que huir a
base de política. Todos deberíamos pensar por qué no nos sentimos incómodos en
actitudes que en el fondo no dejan de ser, también, franquistas.
Se merecen
toda la buena suerte del mundo los ciudadanos que, a pesar del prejuicio, se
atreven con la contienda electoral con ánimo de restituir la dignidad a la
política y ser rectos políticos, por todos ellos. Nos los merecemos.
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