Cuando una
explicación es peor que la decisión el problema empieza a ser gordo. Cuando una
cosa se explica más bien mal y se entiende más bien peor, no es que el problema
sea gordo sino que es de solución imposible. Relativicémoslo y digamos que la
bondad o maldad de las explicaciones es un asunto subjetivo y una cuestión de
opinión y de voluntad. La subjetividad es buena pero no nos ayuda a salir del
embrollo.
Dice
nuestro gobierno foral que ha dado noticia de compromisos que materializa en el
ámbito del euskera. Entiendo que en ellos hay propuestas dentro de lo razonable,
por discutibles que sean, y derivadas tóxicas que desbordan el alcance de la
discusión. Quienes ejercen su derecho a no entender han desatado a todos esos
demonios que nos persiguen con desafuero. Quienes no necesitan entender se
regodean con la licenciosa satisfacción que les produce el cabreo de sus
opuestos.
Y en medio los que no queremos morir ahogados en este maniqueísmo
que nos inunda e invade. Me niego a interpretar una sociedad nuestra dividida
entre partidarios de una lengua u otra, es falso. Prefiero convivir con grupos
humanos, cada uno en su pleno derecho, con dificultades y facilidades de
entendimiento, con destrezas, torpezas e impedimentos lingüísticos y sus
penurias y debilidades humanas y personales. En ocasiones me gustaría ser un
sin lengua, sordo y mudo, solo para evidenciar que otros supuestos tienen
derecho a ser contemplados, pero no caerá esa breva y de cuando en cuando mi
melancolía se hará verbo, una desgracia, y habitaré entre vosotros.
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