Los Reyes,
como vinieron, se fueron. Lo que nos han dejado se puede llamar de cualquier
manera menos regalo, ¡qué panorama! Ni regalado. Esto es extensible, cualquier
cosa antes de discriminar, a Olentzero, Papa Noel y demás klauses y nicolases,
generosos todos ellos. Dan ganas de correr detrás de ellos, capturarlos y
traerlos, para que vean que para repartir miserias y rencores no hace falta ni
caballo, ni pipa, ni capa, ni disfraz de grandes almacenes. Le entran a uno ganas
de ponerse a gritar, sin esperar más, que viva el nuevo gobierno, pero íbamos a
otra cosa.
Ahora
entiendo lo de aquel tío que contaba a su sobrino como peleaba, sin faltar
ningún año, con Olentzero para arrebatarle los regalos. Las peleas y las
broncas eran titánicas y así las difundía el sobrino como secreto entre sus
compañeros de clase, como las historias de un mal tío que sin embargo peleaba
por él y por los suyos con el mítico superpaisano Olentzero.
Aparte del impresentable de su tío el chaval tenía bastantes
tías, aficionadas todas a lo correcto y a lo didáctico, dadas al regalo útil y
educativo. Solía agradecer estos regalos también en secreto, disimulando su
entusiasmo, pero la rutina empezaba a ser algo tediosa, a él le empezaban a
gustar cosas de jugar para nada. Fueron aquellas célebres navidades, seis o
siete años, que barruntando que el nivel del banquete y de las voces de los
comensales lo permitía pensó añadir una lindeza más a la de los adultos. Soltó
aquella frase referida a uno de los magos. ¡Como me traigan un libro los tiro
del caballo!
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