EL DIARIO VASCO 4-1-2013
Mi compañero de trabajo
está convencido de que siempre sorprende a la médica en sus visitas
exploratorias. A la vista del cuerpazo y de la excelencia analítica que
presenta, la doctora acaba pensando, consulta va consulta viene, que se
encuentra ante un cuerpo de bombero y mi colega se ve obligado a confesar que
aquel torso, aquellos músculos, aquella pieza, en el colmo del desperdicio, es
un cuerpo de traductor, oficio viejo y de dudosa reputación.
Nadie que no hubiera
contemplado los castos desnudos de de gente de profesiones castrenses y
aledañas debiéramos saber, sin causa justificada, como son esos cuerpos. Pero
ellos, abnegados y sacrificados, lo han sido hasta mostrarse desinteresadamente
en bolas y desparramar sus curtidos desnudos en hojas de calendario, eso sí,
siempre por una causa justa y de mucha y urgente necesidad. Es una heroicidad,
nunca reconocida, la de la señora que se desnuda y exhibe su mortal necesidad
para comer, vestir y educar a sus criaturas y por extensión la de los que lo
hacen por esas causas justas no enumeradas aquí por problemas de memoria pero
que dejaron un recuerdo gráfico imborrable.
La bondad nos ha
inundado y empiezan a abundar colectivos de madres que componen un calendario
con sus desnudos, por el autobús escolar, por el nuevo colegio, por lo que sea.
Gente desesperada hasta el despelote. Tanta, tanta bondad, empieza a
desbordarnos y nos tememos que en nada, mierda de crisis, empiecen a faltar las
necesarias causas justas que colmen nuestro inmenso y sacrificado deseo de
desnudarnos.
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