Agotadas
todas las posibilidades de pelotazos financieros e inmobiliarios hemos llegado
al valle de Josafat. Esperamos el juicio final, un juicio indulgente, en
tiempos que parecen gobernados por el anunciado anticristo que tanto se ha
hecho esperar. Hasta el Santo Padre se ha bajado de la cruz sin fuerzas para
salir corriendo y ha dimitido como solo los malos políticos suelen hacer.
¿Dimitir? ¿Pero eso existe? ¿Suele ocurrir? ¿Donde?
Pero en
Josafat la gente se muere si enferma o no come, y no come si no trabaja o no
está preso, igual que en Vitoria. En Josafat el que no va la escuela no
aprende, al que no aprende le engañan, el engañado se indigna, como en Madrid
más o menos. En Josafat no para de llover desde diciembre de 2012 y los montes
tragan casas, los rios engullen carreteras y el realojo está imposible, como en
Txomin Enea más o menos. En Josafat se diría que, para desgracia de los
residentes, los bancos y cajas no cierran ni por la tarde, y que las financiaciones
para nada son transpasantes. En Josafat esperan ser juzgadas gentes que un día
creyeron en la humanidad. Creyeron hasta que Obama, vitoreado y proclamado
salvador de la humanidad, encontró justificación legal para matar ciudadanos americanos en el
extranjero en el supuesto de que estos puedan provocar un ataque inminente
contra los Estados Unidos.
En Josafat
nos condenarán a ser siempre y en todo momento un peligro hasta el final, incluso
para nosotros mismos. Esperábamos que el juicio final fuera algo más
sorprendente. Que no me esperen.
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