sábado, 2 de febrero de 2013

¿ARTEFACTO?


         Avísenme si les aburro, pero el del libro es un tema apasionante. Confieso que pasaría un apuro si tuviera que hacer un distingo entre la canónica y la literatura de kiosko. Soy un fan de las ediciones de bolsillo y me gusta escudriñar en sitios que facilitan la lectura súbita e imprevista, en la papelería contigua al portal del dentista u oculista, en los puestos de venta que nos suministran letra impresa en situaciones de espera programada o no, y en otras. Casi todo lo que popularice al libro me parece bien.
         Siempre echo un vistazo a la sección en los hiper y grandes superficies comerciales y compro, entre legumbres y chocolates, títulos que, por lo que sea, no compro en librería. Quiere decir que puedo perder el libro, dejar de leerlo a la tercera página u olvidar su lectura en cualquier momento y no me empieza a doler nada por ello. Reconociendo que de esa manera he disfrutado de numerosas satisfacciones, digo también que con la popularización avanza pareja la desconsideración hacia el libro y que eso se me hace menos  soportable.
         Soporto que el desaguado del congelado moje una portada de Eco o Murakami, o que el defectuoso tapón del champú pringue a Zabaleta o a Gala, pero que a uno lo tomen por delincuente al pasar por caja con un libro y le obliguen a vaciar todas las pertenencias es como para ilegalizar al hiper por atentado a la cultura. El chaval confesó que el libro  de su mochila, el que, cual artefacto asesino, hacía saltar la alerta antihurto, era de la biblioteca de San Sebastián y lo soltaron. Así no hay quien lea. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario