viernes, 7 de junio de 2013

ADA, JENNY ...

EL DIARIO VASCO 7-6-2013

         Morir congelado cerca de una cumbre de ocho mil metros de altura tras varios días de agonía y asistido por compañeros de profesión es un hecho que desata mares informativos cantando a la solidaridad y la heroicidad. Es lo que tienen los deportes sin controles antidoping. Me guardo mi opinión sobre las heroicidades. Más allá de la espectacularidad, me gustaría que me lo explicara gente que esté dispuesta a aguantar interlocutores que ni entendemos ni compartimos todos los argumentos.

         Si un taxista muriera, y como todos, suelen morir, en el desempeño de su trabajo, supongo     que nunca lo haría, si de ellos dependiera, por falta de ayuda y solidaridad de los compañeros de trabajo. Pero el eco informativo sería menos impactante y no denotaría heroicidad alguna.


         Cuando una trabajadora del sexo muere, en cumplimiento de sus cometidos, la información hace rodar fantasmas y prejuicios; pocas veces habla de la, en este caso, sujeta, y abunda en adjetivos y gentilicios de infraciudadanía. El asesino, a secas, es maestro de artes marciales o dependiente de mercería, mata a una mujer, y muere una nigeriana, colombiana o senegalesa, o una prostituta, no una persona dedicada a la prostitución; gentes proclives a la muerte, de peores muertes, de muertes insignificantes. Son asesinadas en sesiones inacabadas de tortura sin que captemos un mínimo de heroicidad, incapacitadas para recibir solidaridad. La peor muerte puede ser consecuencia lógica de la mala vida, pero muchas malas muertes, de las peores muertes, son el final de una heroica vida. Héroes, Ada, Jenny…

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