Me resulta
desagradable ser observado como raro cuando hablo mi idioma. Somos una rareza
estadística, digna de observación sí, pero en ningún caso antinatural, como a
veces da que percibe mucho hablante de lenguas dominantes y, en ocasiones, monolingüe.
Es cuestión de respeto, respeto que no se evidencia en todos los observadores,
cuyas reacciones oscilan entre la natural curiosidad y las más imbéciles actitudes.
Los que hablamos euskera deberíamos ser más exquisitos y respetuosos que nadie
ante quienes se expresan en otros idiomas de ámbitos y status tan reducidos
como el nuestro y no sacar a relucir esa actitud frecuente de gente que en
lugar de sentir que no entiende piensa que no es entendida.
Tour en nuestra
pública televisión en euskera, ganó Sagan la etapa. El ganador habló eslovaco. El
trío locutor calló unos segundos, intuyo que dándose codazos y sonrisitas,
hasta que uno de ellos lanzó al resto la “humorada” del imposible reto de la
traducción, ¡a que no! Las personas educadas, como si les entendieran, no
adoptan esta actitud y los que la adoptan lo hacen al modo de Pajares, Ozores,
Esteso o Martínez Soria ante la rubia, supuesta sueca que no entiende castellano
o ante un bikini que, -¿cómo si no?- no debe de ser de Castelldefels o Ciudad
Real.
Pena que en lugar de desplegar tan
española tradición no aprovecharan la ocasión para identificar la lengua eslovaca,
o contarnos cosas de ella y, caso de ignorarla, ofrecernos información
detallada de las metas volantes. Omito lo que le siguió por prepolítico.
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