viernes, 4 de octubre de 2013

PALMARÉS

EL DIARIO VASCO 4-10-2013

         Acudí a una película del festival que no entraba en mis planes, cortesía e insistencia obligaban. No la encontré de mérito, ni mucho menos. El mucho trabajo de sus creadores quedaba en nada y el aplauso del público sonaba a la par de mi juicio. ¿Cómo explicárselo al interesado sin acabar con su moral y sin ofender ni cuestionar su aspiración creadora? Afortunada e inesperadamente pasó por allí un crítico que dijo que sí, que la película era "festivalera", y aunque sonara a consolación, con eso todo estaba dicho. El momento difícil estaba superado. De paso, el crítico puso a caldo una película que yo daba por más que buena, intuí razones fuera de lo cinematográfico pero carecía de autoridad para contrarrestarle. Él dijo de otro crítico que era alguien por el medio en que publicaba más que por las críticas que hacía. Quizás tuviera razón.

         Una allegada acudió a otra película que tampoco le gustó. Vino a casa impresionada por alguien que vociferaba en taquilla y que al final de la película se enfrentó al joven actor, niño, de la película que bajaba sonriente y plácido, casi triunfal la escalera del Kursaal, diciéndole a éste que se habría aburrido rodando esa película tanto como él viéndola. Mi allegada pasó la noche compungida recordando los ojos del niño actor, maleducadamente cortado, al borde de la lágrima.

         Los jurados, por un motivo u otro, tuvieron a bien premiar las dos películas. Sentí una vengativa alegría por aquel prepotente y maleducado espectador y que mis criterios y los jurados de un gran festival suelen coincidir sólo ocasionalmente.



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