Ni
recuerdo ya cuando dejamos de ser pobres, cual fue el año, el día, el minuto.
Pero de que dejamos de serlo no me cabe duda. Porque este miedo que nos aterra,
nuevo y desconocido hasta ahora, no puede ser más que de rico o de acomodado al
menos. Me pongo a pensar y maldigo el día. Nunca debimos de salir de pobres, no
éramos tan infelices ni menos alegres que ahora. Quizás sea que nunca fuimos
pobres de verdad ¿o sí? Desde luego que los había más pobres.
Hubo
guerras, que nunca se debieron entender, aunque tuvieran explicación. La gente
andaba entre cadáveres y respiraba entre lisiados y difuntos, no lo vivimos
nunca. Nos quisieron convencer de la existencia de otra guerra pero le dieron
tregua coincidiendo, dice mi sesudo amigo, con el comienzo de la crisis
económica. Podemos concluir que fue una contienda de señoritos pervertidos.
Estalló la guerra económica y nuestra pobreza de espíritu (quizás nunca fuimos
ricos o acomodados) fluye entre restos de acerías y fábricas de cacharros
domésticos que vuelan y se evaporan a la menor corriente de aire.
Ni
santos ni señas. Aquellos que daban sentido a nuestras vidas, hombres endomingados,
seguros financieros, a los que idolatramos y dejamos hacer, los que nos miraban
con sentimiento despectivo porque nos consideraban, lo éramos, improductivos,
se han humillado, temen. El terror se ha adueñado de nosotros. Ya cualquier
banco o caja es más pobre que nosotros por lo que nuestra vida empieza a no
tener sentido o a tener los sentidos, sobre todo el común, muertos ¿Y si
volvemos a ser pobres?
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