En uno de los primeras capítulos del
ensayo de Jorge Carrión titulado Librerías, el autor salta de librería en librería,
de mito a mito, desgranando alguna pequeña anécdota o incidencia reseñable en
cada una de ellas. En Guatemala se detiene en la librería El Pensativo de La
Cúpula, encuentra a un hombre puesto en cuclillas para hablar con su hijo de
tres años y ve como asoma de la cintura de sus tejanos la culata de una pistola.
Leo y me detengo. Procuro no pensar
nada y vuelvo a leer, de corrido y de forma mecánica. Leo y releo. No sé lo que
debo de entender. No sé si es ternura, épica, humanismo, lírica, adhesión,
crítica, reflexión, prejuicio, pero hay un hombre con pistola y un niño de tres
años hablándose entre libros. Imagino al de la pistola y le figuro unos
atributos, unas circunstancias, cualquier otra persona puede figurarle
atributos antagónicos y la escena sigue siendo igual de verdadera. No me da la
gana de un relato de buenismo, libros buenos, pistolas malas y viceversa. Todos
somos bastante menos inocuos de lo que aparentamos aun cantando al amor en
tiempos de guerra.
La escena podía haber sucedido aquí. No
sé como la relataríamos y cuantos relatos diferentes y absolutamente contrarios
construiríamos, pero seguro que ocurrir ya ha ocurrido entre nosotros. Pienso,
leo, releo y no despejo la incógnita. Pienso que es una escena muy fuerte,
pienso que es difícil que se de aquí, y hay quien piensa, fundadamente, que no
será posible porque lo que en adelante no habrá ya nunca más son librerías. Menudo
futuro, o no.
Oso ona, Ramon. Como dice Antonio Muñoz Molina: 'Leer es el único acto soberano que nos queda.'
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