Nada más lejos de mi que el
pretender dar a entender que sean demasiados, pero hay mucha buena gente,
muchísima. Hay tanta buena gente haciendo tanto bien que a uno, no muy católico
por decirlo, le atacan el complejo y hasta el temor de caer víctima de alguna
buena obra. Pensándolo bien ¿quien no ha hecho alguna vez, y más, más de una
buena obra?.
Estos
días suelen ser un ejemplo de lo que digo, desparramamos bondad, derrochamos
solidaridad. Aunque cabe preguntar si invadir la convalecedera habitación del
paciente con el delantero centro y su cuadrilla; ocupar el espacio social y
compartido con coros y coristas, que a falta de mejores oportunidades,
martirizan con sus gallos a ancianos, impedidos y recluidos sin posibilidad de
fuga en general; interponer entre el asilado y el ambiente a payasos, actores
bufos, magos de quinta, monitores y monitoras que berrean los énfasis y
enfatizan todo, o cuentan cosas de una sutileza y finura tal que hasta en
euskera se les entiende, etc. no se si no es lo contrario de lo que sería una
buena obra.
En
fin que me preparo para mis próximos y no tan lejanos años y no sé a quien
solicitarle la gracia, pero a mí, que no me canten, por favor, ni aunque las
canciones sean abertzales, que no me voceen, que no me hagan posar disfrazado,
y que no me hagan jugar a juegos tontos. Eso sí, que dejen entrar de visita a
los nietos, que nos acaricien una mano,
nos sonrían a los ojos y que nos pasen tabaco; y a mi amigo, una botella
pequeña de agua, envuelta en papel de plata y una pizca de coñac dentro, que es
que le gusta.
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