La gente no sabe lo que cuesta decir la verdad en términos
precisos. Es más, tergiversa lo que uno dice en el mismísimo morro de quien lo
hace y le parece más verdad que la propia verdad. Yo creo que a todos ustedes
les ocurrirá lo mismo o parecido que a mí. Me pongo a mirar atrás, a mi ya
larga vida, y suelo sentir que he logrado hacer bastantes buenas cosas, sin
exagerar pero bastantes, que soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Pero
a la hora de explicárselo a los demás no resulto creíble. ¿Bueno tú? Por favor,
¡anda ya! Tu no has sido bueno ni cuando dormías. La frustración es como para
retirar todo crédito a la naturaleza humana y a las relaciones personales.
Pero por fin he encontrado una manera documentada de
demostrar que soy fehacientemente bueno. Llevo en el bolsillo el anuncio
impreso, y en el móvil el anuncio grabado, de mi compañía de luz eléctrica, esa
que nos está informando del detalle y pormenores de los conceptos de la factura de electricidad. Esa que dice que solo 19
euros de 51 que pago corresponden al gasto de luz, que el resto son impuestos y
subvenciones. Me siento, certificadamente, cívico como nadie y benefactor como
ninguno, avalado por la solvencia social de una eléctrica. No apago ya la luz
ni para ver fuegos artificiales, engordo la caja común y subvenciono. Espero
ansioso el próximo recibo para calcular mi obra social.
Sería superlativamente cívico y bueno, si consiguiera ser
capaz de calcular ese mínimo beneficio oculto en el desglose de la factura y se
lo hiciera saber a la compañía. Por si no lo saben.
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