¿Quién se lo hubiera dicho? Siempre afirmó, quizás no sin
malicia, que quienes le precedieron no tuvieron ni acierto ni voluntad y que
todo era una calamidad porque lo que de verdad les interesaba era exclusivamente
su puchero, aunque lo calentaran a costa de los demás. También en aquella
ocasión llovió a mares y el personal necesitó ayudas. La nueva autoridad se
comportó como si el exabrupto climático fuera un acoso, injusto e irracional,
urdido vengativamente por todos los de la coalición del mal a su estiloso
gobierno.
Se puso katiuskas e indumentaria apropiada. Junto con la
alegre, numerosa y esforzada cuadrilla, se pertrechó de palas, rastrillos,
azadas y más aperos, montó en la camioneta y llegó a destino en aires de
romería, como dando a entender lo fácil y sencillo que puede resultar cuando se
quiere y se tiene voluntad. Trabajaron duro. Fue como un aleluya sinfónico
coral al trabajo comunitario, a nuestro auzolan.
Quedó en más futuras y venideras
brigadas.
Se han vuelto a repetir distintas
agresiones de la naturaleza, algunas afectando a las mismas personas, pero para
idéntico o parecido problema no se ha recetado la misma solución. Hay alguien
que no desea más brigadas jacarandosas, la autoridad o la vecindad, o no son
adecuadas. Las aguas siguen creciendo sin cauce ni saber hasta cuando. En los
armarios, colgarán las chaquetas, americanas, agenciadas por la autoridad,
ahora en uso, junto a la antigua ropa de faena, hoy en desuso, inservible.
Manifiesta que los embates de la naturaleza son inevitables, ahora, no como
antes
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