CONTRA
Nadie puede negar mi interés por el
football, soporto el programa ramplón de una radio local cuando coincido, entre
otras, con la emisión del himno de cualquier equipo rival del Bilbao. Por mi
pasión por el balompié en el último año he sido telespectador en todos los
partidos malos que ha jugado la Real los lunes a la noche. Y mi furor patriótico
futbolístico ha hecho que entre los dos últimos campeonatos de Europa y del
mundo haya seguido por televisión la final del mundial, no más, y algún
preámbulo de euskal selekzioa.
El miércoles, casi involuntariamente, sin poder decidir, al estilo del
país, me vi forzado a ver el partido. No soportaba tanta indiferencia fingida,
ni nerviosismo cómico, ni sátira al patrioterismo de quienes, en el fondo,
actuaban de forma contraria a la que manifestaban o igual a la que
criticaban. Cenutrio o ceporro que me
cruzaba me mentaban el partido que no pensaban ver, lo cual despertó en mi un
decidido interés por verlo, como dirían ellos, no por mí sino por
ellos.
Lo vi, confieso que lo vi. Sobre la marcha constituimos, con mujer e
hija, un grupo pro Xabi Alonso, que nos cae bien y se lo merece. No salimos bien
parados. Comprobamos la proporción existente entre la dificultad de explicar a
Proust o la de hacerlo con el 4-4-2. Echamos de menos a los esnobs que
convocaban a pasear por La Concha con Metamorfosis de Kafka bajo el brazo en
hora de fútbol importante. Prometí mentir al día siguiente afirmando no haberlo
visto. Y todo porque estaba contra Chile. Como ellos, y como si los chilenos me
hubieran hecho algo. Desastre!
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