Vivo paralelo a esa ola de
republicanismo que nos agita y desentumece. Miro atrás y, todavía, me
reconozco. Me pongo en posición, hace cuarenta años, me miro y me encuentro
inimaginable. Me oigo y recuerdo, y me encuentro en el pasado valeroso, audaz,
atrevido, ineducado, inexperto, despectivo, torpe, tosco, ignorante y
entregado. Me perdono más que me aplaudo. Y aquí estamos en donde lo veíamos
imposible. No me lo sé explicar. Si, a la sazón, me hubiera oído lo que digo me
consideraría reaccionario y despreciable.
Sin embargo, pienso que si hubiera sido
capaz de ver materializables los años contados, treinta y ocho, treinta y...
hubiera jurado y prometido perdonar la bribonería, la golfería, incluso el carácter
hereditario y anacronismos como la sangre que no fluye roja. Decía que no, dije
que no y me veo en la anciana obligación de entender que digan que no. La edad
nos volvió monárquicos funcionales pero nos está al llegar la hora de la retirada.
No es bueno que la juventud trague y
comulgue anacronismos, es malo que tenga que actuar por fe en nuestra inmensa,
pero cuantas veces mentirosa, bondad, y no embotada en su propia inexperiencia.
A casi todos nos atrajo más lo pintoresco que lo útil, debemos echarles una
mano en cambiar aquello que va a ser para ellos, no pueden esperar a que
abdiquemos... tenemos que confesar que nuestras fuerzas están casi agotadas,
como nuestros ardores, y que estamos a compartir posibles e imposibles. Puede
que nos reduzcan la pensión en plena república, pero también ellos lo harán
porque les parezca inevitable. En fin.
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