Eran almas cándidas, manos
blancas. Eran gentes sin pasado, o con pasados impersonales, no memorables,
humildes, llanas, con renuncia expresa a la notoriedad, o involuntariamente
notorias. No eran contaminados, ni adscritos, sólo algún sábado o fin de semana
movidito por aquello de hacer un favor a gente, que no teniendo porque ser
necesariamente buena, sufría una injusticia, no cualquier injusticia, si no
determinada injusticia, la injusticia que diría aquel, la que importa sobre
todas las demás, la única que importa. Y no eran pocos, eran bastantes, sí que
eran unos cuantos miles, gente honrada, algunos hasta el aburguesamiento. Eran
espíritus nobles que amaban lo que les rodeaba, por todas partes menos por una
diría aquel, que defendían en grupo y que atacaban en rebaño, eran caras
amables, incapaces de traicionar a quien no se lo merecía. Eran gente parecida
a la que negamos el problema hasta que lo identificamos en propia carne, gente
que dijo sí al sacrificio, que limitó el
tiempo de compromiso, un año, dos años, sin apegos, nunca quedarse.
Hablaron alto. Negaban la
voluntad de sus antecesores, afirmaban su incapacidad. Todo era porque al resto
no le daba la gana, ellos podrían. No era una cuestión de crisis, era vicio,
cuestión de querer. Quienes les antecedían eran amigos de la buena vida y de buenos
sueldos, y de lo ajeno. No se rebajan el sueldo porque no les dejan, saben lo
que es necesitar unos miles de viviendas y no haberlas, haber menos empleo, menos
protección social. Hoy saben que la crisis, como ellos, sin querer, sigue… para
culminar la tarea iniciada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario