Cada vez
es más la gente que ante la presencia de personas que intuye de procedencia
balcánica, africana o latinoamericana, desenfunda la calculadora y la
especuladora y empieza a escupir resultados: pisos institucionales, ingresos
mensuales superiores a la media, financiación por caja común, opulencias vía
ONG y caridad, lógicas consecuencias del entramado adecuado al efecto. El
debate se torna sucio, muy sucio, tan sucio como que el que se está desarrollando
en nuestra esfera política. Acabaremos sin que nadie tenga razón. Disgusta todo
aquello que, ajeno a nosotros, percibimos como carne de subvención.
Habrá que
asumir con normalidad que a los euskaldunes vivos y practicantes se nos marque
también con la lacra del subvencionado. Hay mucho desalmado que piensa que no
diríamos ni agur si no tuviéramos la
consiguiente subvención, que ni le saludaríamos en la escalera. También es
verdad que con el euskera de por medio la más amable de las críticas se convierte
en pecado de la peor intención.
La última resulta el pincho pote subvencionado, mintzo
eta pintxo, actividad que ofrece la posibilidad, a hosteleros y a clientes, de
practicar el euskera en un ambiente distendido, disfrutando de esta moda del
pintxo pote. La web de la consultora impulsora reza literal y sarcásticamente “saque
punta a las subvenciones para su empresa” y el gremio en cuestión, el de
hostelería, lo explica en una nota que a tenor de su último párrafo se podría
pensar que quien bebe, desde el chapurreo hasta el nivel experto, es el gremio
y no los clientes. Barra barra… en euskera y casi gratis.
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