Esos discursos cargados de fe, antiguamente
religiosa, e incluso de abundante razón, no tanto de razonamiento, no me acaban
de agradar del todo. Hay momentos en los que me desagradan. Hubo un tiempo en
que no había sarao sin soflama de no a la guerra, tanto que cualquier
peliculero o musiquero doblaba a Gandhi antes de la cuarta voz. Era necesario
hacer grandes esfuerzos para salvar la comparación de los susodichos con
Gandhi, costaba creer tal antibelicismo, aunque tuvieran razón, en medio de
tanta guerra ignorada, aun hoy. Le
siguió el discurso contra el pirateo que volvía progresista a toda boca que lo
pronunciara. Era un discurso legítimo contra el poder establecido y justo para
con los trabajadores del sector, pero muchos olvidaron que es más pirata quien
percibe una subvención de cien euros a dedo que quien copia su disco o película
favorita.
Hoy los progres nos hemos
instalado, con toda la razón del mundo, contra el IVA cultural; alguno incluso
se ha refugiado en él. La cultural debe
de ser la tercera industria europea, por delante incluso de la del automóvil
¡Viva la cultura! Sólo en España el sector cuenta 600.000 empleos y mueve
40.000 millones de euros.
Es preciso no rendirse hasta
el final, seguir, seguir hasta llegar al IVA cero. Pero entre tanto deberíamos
grabar en nuestras mentes la idea de que sin libros no hay cultura, sin
soportes modernos no hay cultura, pero que ni todos los libros, ni todos los
soportes son cultura, ni mucho menos. Que cultura sobre todo es forjarse una
exacta idea de la realidad que nos rodea, acongoja y ahoga, con letra, música e
imagen.
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