Cuando
lo que se pretende es reproducir un pasado imaginario con rigor filológico, el
resultado es una mascarada carnavalesca, digna de mención, que puede resultar
tan poética como patética. Si no se le concede una trascendencia crucial puede
alcanzar el brillo que alcanza la fiesta de la tamborrada en San Sebastián,
pero si se cae en la tentación la cosa acaba, o nunca acaba, como el proyecto
nao San Juan, San Sebastián 2016, en la capital de la cultura europea.
Confieso
que me disgustó la idea desde un principio porque entiendo que una ciudad y un país de gran potencial y
vitalidad cultural debiera esforzarse más en diseñar el futuro que en
pintarrajear su pasado, más que dudoso a veces. Pero se hicieron manos a la
obra en el astillero, con un esfuerzo de caja exagerado y susceptible de
impedir otros proyectos del mismo programa. Hoy, todavía, me asombra el
sepulcral silencio ante la, al parecer, inevitable tala de árboles que bajo
cualquier otra responsabilidad política hubiera equivalido a la devastación de,
por lo menos, cien Amazonas.
Nos comunican que tranquilos, que se
trabaja a buen ritmo y que hubiera sido muy complicado que el barco estuviera
acabado para 2016. Entre tanto va exhibiendo el blasón de embajada itinerante
de la capitalidad cultural y, con paciencia, teje una red de amigos que supera
el medio centenar de alianzas. Entre estas debemos destacar las localidades de
Ágreda, Cervera y Fitero, además de la Cabaña Real de Carreteros de Quintanar
de la Sierra, la ruta de las Sidra Vasca y los valles de Salazar y Sakana. Es
que no llego y me pierdo.
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