Aunque parezca no es Google quien bautiza nuestras calles. Con
la legitimidad que le corresponde, el ayuntamiento de Hondarribia ha asignado
el nombre Nestor Basterretxea a la que hasta el presente llevaba el nombre
Mourlane Michelena. Hace nada hubiera estallado un trueno mediático que hubiera
dejado temblando los cimientos de nuestros más sólidos diques. Ha reinado la
normalidad, pero he terciado en una discusión. Los méritos de Basterretxea son
tan evidentes que ni enumerarlos ha hecho falta. Los deméritos, que lo son, de
Mourlane son su arraigo en el falangismo vasco y en el franquismo mediático y
literario. Este es el resumen argumental de los impulsores del cambio. Luego,
cada cual lo ha argumentado como ha podido acogiéndose alguno a la inexcusable
aplicación de la ley de memoria histórica.
Cometí la temeridad, sin cuestionar la decisión, de
adentrarme en profundidades preguntando si había que esperar a la muerte de Basterretxea
para descubrir que un franquista, que no se merecía ese honor, tenía calle en
el pueblo y por la responsabilidad de quienes en más de treinta años lo habían
mantenido. Más gente preguntó más cosas. Irrumpió el discurso de las personas
de fe y el exaltado de turno que nos insinuaba y reprochaba actitudes
partidarias de homenajear a genocidas.
Alguien adujo que, según la ley Godwin, la mera mención de
Hitler hace que el hilo de una discusión ya no tenga sentido. Cerrada ésta,
pensé que el día que el nacionalismo, dios no lo quiera, sufriera una pérdida
de prestigio no íbamos a tener nombres para tanta calle ¡Qué país M...
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