De mayor, se suelen tener pocos amigos pero buenos. Me
preocupa uno de ellos, uno que creía y predicaba en lo público, exclusivamente
en lo público, y empieza a ciscarse en el sistema público de salud vasco, hasta
ayer el mejor sistema del mundo y hoy cuestionado por él, por el fragor
sindical y la universalidad del recorte.
Le ha sucedido que pilló la gripe, acudió al ambulatorio y
le atendió, razones vacacionales, el médico que no era el suyo, un médico de esos
adscritos a la cruzada contra la aspirina y de los que no le importa curar al
paciente contra su libre albedrío. Dice que una curación sin pacto o acuerdo de
por medio no es tal. Dice que le miró mal en cuanto entró y no dejó de
interrogarle hasta no dar con una infundada sospecha de glucosa que en manos de
la trama médica es delito grave, delito corroborado por una analítica, en su
opinión, con más irregularidades que los falsos positivos de Contador. En un
mal día de la enfermera le extrajeron sangre en plan toro mal picado. Se
estropeó un frasco y le repitieron la suerte del picado.
Mi amigo ha acabado en una unidad de educación para la
diabetes, donde al hablarle de posibles hipoglucemias se le ocurrió preguntar
si eso era algo parecido a la “tristura” que los chiquiteros alivian con un
chiquito, con lo que además de confundirle con un borracho le han ordenado
andar y comer de aquella manera. Dice que sí, que puede que todo haya sido
correcto pero, que a ver qué hace con el estático batón de invierno recién comprado para
lectura venerable, que ahora no hay quien se lo cambie, en primavera, por un chándal
trotón, que eso se avisa…
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