Si dijéramos que las lluvias con que
nos ha obsequiado la naturaleza durante los pasados días han sido unas lluvias
de justicia, todo el mundo lo entendería pero, en rigor, habría que decir que
esa desmesura es todo menos justicia. Tanto como de los directamente afectados
me he acordado de quienes detentan la ineludible obligación de administrar esa
situación con extremas urgencias ciudadanas y mediáticas. Es necesario resaltar
que la situación ha sido radicalmente diferente de la de hace unos pocos años.
De ser unas inundaciones achacables a viejos gestores y solucionables con
trabajo comunitario de fin de semana con camioneta cacharrera y megafonía en
autóctono (tenían derecho), han pasado a ser un descalabro en el que se asumen
con humildad franciscana la obligación y responsabilidad de solucionar ese, de
momento, imposible.
Nadie les arrienda la ganancia, es política. Como política
es prestar tu persona para causas universalmente nobles y se te inunde toda una
barriada; casi nada que ver con pactos, tratados, resoluciones y conflictos
solventables. Como política es que abras la ventana y se te cuelen diez parados
cuando lo que pretendías arreglar eran la cultura y la educación. Como política
es que tomes la amarga sopa de cualquier hecho que hubieras denunciado, alto y
claro, pero está resultando difícil solventar. Como política es tener que
decidir, honradamente, si irte a casa o quedarte, o no tener más remedio que
quedarte o irte, porque política es seguir aprendiendo en beneficio de todos y
uno mismo. Para grandes problemas hay deidades, para problemas humanos está la
política
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