Se pasaban
de tragos, gritaban un par de Arriba Españas y les ponían el volante a la
firma, ya eran de la
División Azul , héroes ¡A Rusia! Héroes fueron, también,
aquellos perros callejeros que reclutaban para la carrera espacial soviética.
Al parecer los perros callejeros eran más dóciles y disciplinados que los
mimados y consentidos domésticos y que los revoltosos chimpancés americanos.
Pobre Laika, nadie reclamó ni lamentó las perras y perros muertos en aventuras
espaciales. Grossman sí reflejó la relación de alguno de esos animales, con la
libertad, con el universo, con la felicidad, con sus cuidadores; en mis manos
tengo una preciosa edición de su relato La Perra (Editorial Ken).
Otro buen
relato se merecería aquel ratonero que fue mi héroe. Cada fin de semana que
pasaba en el pueblo bajaba del caserío y me seguía a distancia, como un agente
en contra-vigilancia, y por las noches dormía, alerta, bajo mi coche aparcado
en la calle. Superaba
todas las marcas cuando dejaba entrar en la cuadra al veterinario, conocido
miembro de Batasuna, sin amago de sospecha alguna. Le esperaba bajo su coche
para, en la despedida y al coger el volante, echarle un mordisco al tobillo
izquierdo de éste, que todavía seguía en tierra ¡Qué grande era!
Como grande
debió de ser el perrito cocker, un
patriota más en la familia de Jon Juaristi, que se fue con sus tíos gudaris a
defender Bilbao y jamás regresó. Cuenta Juaristi cómo seguía enfureciéndose su
padre ante sus diatribas antinacionalistas e insinuación del posible pase al
enemigo del animalejo, afirmando con certeza que “dio la vida por Euskadi”.
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