Hay
gente a la que en nada se le puede contrariar, ni en el más egoísta de sus
intereses; a la mínima te exhibe su irreprochable hoja de servicios y nos hace
callar con la conciencia de que no es verdad, pero tiene razón. Cuántos
encallan la conversación, fuere de lo que fuere, futbol, deportes, cine,
música, tiempo, da igual, con ese “¡a mi me lo vas a decir tú, que me he jugado
la vida por la libertad! ¡por el partido, por la patria!”. La suelen soltar
cuando no les quedan argumentos, es decir, casi siempre, y les gusta aguar toda
fiesta en la que alguien que no sean ellos adquiere un mínimo de protagonismo. Han
decidido vivir de las rentas producto de esa factura y que los demás, que de
jugarnos el tipo lo justo, se la debemos estar pagándola permanentemente.
¡Hatajo de miserables!
Da
la impresión de que argumentos similares son los que se han llevado por delante
a la señora Quiroga, argumentos que ella no podrá negar haber utilizado más
allá de lo razonable. Pero se ha ido con dignidad y respeto, y eso vale mucho
más que el mero hecho de irse, valores todos ellos escasos. Lo digo con el
paraguas abierto entre la inmensa lluvia de aplausos interesados que la
vitorean, que le alaban haberse enfrentado a ese Madrid, origen de todo mal,
desenmascarándolo, y nunca le han alabado haberse mantenido en pie, con
dignidad y a duras penas, frente a la barbarie que arreció en la política, en
la ciudadanía, con acosos, persecuciones, violencias y terror, que no les
interesó ver porque eran del parecer de que el derecho a la vida, el de los
otros, se podía supeditar a… a lo que fuera.
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