A
quienes nacemos fóbicos no se nos suele hacer mucho caso porque vemos peligro
donde, en teoría, no lo hay o nos anticipamos a él de manera nada razonable,
sospechosa y extremadamente inteligente. La gente no nos entiende y nos
considera anormalmente cobardes y capaces de impedir, por razones que no llegan
a entender acontecimientos cotidianos. Por nosotros no se celebraría ni un
partido de futbol de esos de campo de lleno. Nadie correría el peligro de que
una bengala le reviente un ojo o de que se le quede la cabeza sólo para
procesar los resultados de las quinielas.
Ese
niño de dos años que se salvó, en el Calderón creo, de que una bengala le diera
de lleno gracias a los reflejos de su padre y a la fulminante intervención de
un vecino de butaca que estuvo al quite, no se me va de la memoria. Oí y leí la
noticia aterrado. Tengo la impresión de que el suceso pasó al olvido, sin otro
ánimo que descubrir al autor del lanzamiento de la bengala. El padre confesaba
con posterioridad que la criatura se despertó aún con miedo. Me resulta extraño
que no corran ríos de tinta para hablar de la responsabilidad,
irresponsabilidad diría, de un adulto que lleva a una criatura de dos años a un
estadio. Será por lo de las fobias.
Como
extraño nos debería de resultar, siempre, ese discurso viejuno, y fóbico, que
siempre habla de la locura e irresponsabilidad juvenil. Esta vez con el
agravante de que quien lo ha hecho es la cabeza visible de los empresarios
guipuzcoanos, a quien le honra el desvelo por los jóvenes y de quien se espera
menos chulería y un tono menos de tasca. Aunque paguen… eso.
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