Parece que nuestro gobierno y
alcalde nos quieren consultar, sin obligación de vincularse, sobre la cuestión
de los toros en instalaciones municipales de la ciudad. Preferiría que no me
consulten, más que nada por aquello de no reñir ni desgraciarme con gente por
la que siento aprecio.
El mundo de la tauromaquia ha dejado
una profunda e indeleble huella en la cultura española, sin exceptuar de ella a
la vasca, acorde siempre con los tiempos de cada momento. Pero ese
reconocimiento puede ser absolutamente incompatible con esa pretensión de
salvaguarda cultural y patrimonial que algunos pretenden. Que no me entren por
ahí que entonces lo mismo me da que sí que que no. Si la cosa va por España sí,
España no, vascos sí, vascos no, yo me desvinculo y voto contra el que más me
haga rabiar, que no se anden con tonterías. Si entran en acción con dialécticas
nacionales y pseudoprogres aquellos que han defendido los derechos de los
animales por encima de los derechos humanos, voto que haya toros todos los
días.
Me pasa como al moro de San Ignacio
que, amedrentado, estaba dispuesto a aceptar la virginidad de la virgen antes y
después del parto, pero no en el momento del parto. Yo estoy dispuesto a
aceptar que los toros hayan vivido a cuerpo de rey para ser sacrificados en el
espectáculo. Pero en ningún caso aceptaré que el espectáculo no se basa en la pura
violencia. Ni aunque me acusen de haber sido educado en amor a los animales o
de ser forofo de Disney que puso voz a los animales, como si las fábulas, los
Andersen, los Grimm no hubieran existido, o de accionista de multinacional
alimentaria de mascotas. A algunos les salva la prohibición del maltrato a los
burros.
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