Difícilmente puedo soportar un partido
de futbol íntegro. Puestos a ello puedo soportar, de principio a fin y con
ánimo combativo, cualquier partido de la Real por malo que este sea. Hace años
que siempre que me pongo toca malo. ¡Ah! Y eso sí, que no me lleven al campo,
en el sofá de casa plácidamente. No puedo con las unanimidades estruendosas, a
la primera me hago del árbitro y de sus sentidas madre y familia. Por tanto,
nadie piense que no soy opinión autorizada ni desconocedor de la regla del
fuera de juego, la conozco desde que la llamábamos “hor zai”.
Me cuesta más entender el galimatías de
la financiación de la obra del estadio de Anoeta, esa propiedad pública, tan
digna como exclusivamente usada, en su práctica totalidad, por la Real de
nuestros dolores. De todas las propuestas habidas hasta ahora, constructivas y
financieras, la última, la que está pendiente de pequeños trámites y retoques estilísticos,
es la más simpática, hasta llega a prestar dinero a una sociedad de capital
municipal. ¡Increíble! Cómo ha cambiado el futbol, y nosotros, que nos lo
creemos. Cuando a la opinión pública nos da por creer en lugar de entender, se
adueña de nosotros ese prepotente que tanto me irrita y me cuesta soportar.
Pues sí, a ese extremo hemos llegado,
hasta el punto de que uno de los exégetas de ese acuerdo de convenio llega a
afirmar que con el dinero que la Real destinará podría levantar un campo propio
en cualquier solar y, siendo como es el único usuario factible de la operación,
dejar Anoeta convertido en una casa de cultura con un estadio abandonado en su
patio trasero. Ruego que los prepotentes desistan de hacernos favores.
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