Este
diario titulaba, hace días, que leyendas del deporte vasco inauguraban una
exposición en el Museo de San Telmo. No sé por qué, me dio por pensar que tenía
que estar entre ellos Txomin Perurena, ese pícaro ilustrador el Tour del que
disfrutamos en nuestro periódico. Pero no, no estaba y me di cuenta de que la
cosa iba por otros derroteros, que quien tituló la noticia incurrió en esa
rutina mental del que casi ningún vasco empezamos a estar libres.
La
noticia se refería a una exposición que se quiere inspirar más en el desafío,
el reto y la apuesta que en la discutible especificidad vasca de las
actividades deportivas representadas. También supongo que los comisarios de la
exposición no han podido librarse de la rutina que he citado. Acudí a verla en
pareja y ante mi falta de entusiasmo final fue mi mujer quien me dio la
explicación. Nosotros, ella y yo, habíamos crecido en esos ambientes, por lo
que es muy difícil presentarnos algo que nos sorprenda, motivo por el que a
nadie me atrevería a desaconsejar la visita.
La
rutina impera. Aquello que, en rigor, se llamó deporte rural ha pasado a
llamarse, en castellano y en euskera, herri kirolak, incluso alguno se ha
atrevido a llamarlo euskal kirolak, y ahí sigue, confundiéndonos, olvidándonos
de gallegos o cántabros o no incluyendo en la relación de deportes vascos
especialidades que se practicaban y practican habitualmente calzados o
mecanizados y sin que necesariamente haya apuestas.
Ahora
que son las fechas, no me explico por qué las distintas modalidades del juego
de la pelota vasca no son un deporte olímpico ni hay un clamor popular,
político, que lo exija.
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