sábado, 5 de noviembre de 2016

PÍO, PÍO

EL DIARIO VASO 4-11-2016

         Resulta exagerado decir que Pío Baroja haya sido, alguna vez,  presa del olvido. Proscrito y ocultado en ciertos estamentos puede que sí. Pasa que entre nosotros los hay que en su exacerbamientos nacionalistas y furores lingüísticos pueden negarle su condición de escritor vasco o reconocerle la misma altura literaria que a un don fraile autor en euskera de línea y media de una carta. Son cada vez menos. A la inversa, igual de catetos, los hay que aprovechando la ventaja que les conceden los reaccionarios se creen la gente más abierta, liberal y progresista del mundo por el mero hecho de citar a don Pío, de homenajearlo o no leer media línea en euskera.
         Estos suelen ser mis temores cada vez que alguien propone homenajear o recordar a cualquier personaje de la cultura. No comparto esa obligación que nos suele acuciar, más a las instituciones, de recordar en números redondos contados a partir del nacimiento, muerte, primera comunión, o parecido, del personaje, a pesar de que estos no debieran ser igual motivo para celebrarlo, ni guarden relación con la obra. Estas celebraciones tiene entidad si consiguen aportar algo nuevo a lo recordado y celebrado.
         Me ha sorprendido la repercusión de la celebración de los sesenta años de la muerte de Pío Baroja, más allá del forro panadero. Habrá quedado, como se dice, el legado de la celebración. Propongo, a modo de taller, que se escojan veinte o cuarenta personas que vayan intentando imaginar lo que a Baroja le parecerían este tipo de celebraciones, y que cada una de ellas componga esa opinión con otras veinte o cuarenta frases literales extraídas de su obra literaria. Otro homenaje.

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