Pocos de los que allá acudimos, al
diálogo entre Saizarbitoria y Aramburu
en la librería Lagun, supongo, fuimos buscando bronca, esperando sangre o estridentes
polémicas. Quizás sea por la edad de la audiencia, pero juraría que la mayoría
llevábamos la intención de explorar el territorio común y las diferentes
vivencias y opiniones de dos autores de referencias, expresiones, obra y
estilos tan distintos. Y no pasó nada, pero nada; las diferencias no fueron
letales. La diferencia que uno pudo percibir y constatar, es la de un viejo
autor, un enfermo de la literatura, preocupado en explicar a los suyos con
dignidad y culpabilidad el porqué de su contumacia literaria en unas
circunstancias casi nunca favorables o propicias
a la creación y el de otro joven autor que actuaba con la displicencia y
parquedad de profesional seguro y hecho a mostrar su trabajo en mundos en
sintonía con los mercados contemporáneos. Algo parecido a la diferencia que
puede haber entre vivir una historia y contarla.
Hubo un momento de tensión,
absolutamente controlada, provocado por algunas palabras de Aramburu dictadas más
por el razonable prejuicio, pero prejuicio, que por los datos. Se resolvió sin
fortuna y bien merece una clarificación a la que se puede proceder en cualquier
momento y con distintos agentes, más en estos tiempos en los que tenemos a gala
ser los campeones de la convivencia y del entendimiento entre distintas sensibilidades.
Por cierto, Saizarbitoria departió en
la puerta de la librería el momento con algunos amigos, la hija de un asesinado
y el propio librero entre ellos. Aramburu, por su lado, firmó ejemplares a
petición de algunos asistentes.
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