Desde que empezamos a
sonrojarnos de la primacía entre nosotros de la fuerza bruta y de las
procesiones, nos empezamos a dotar de una epidermis cultural, tanto que ni el
futbol ni la gastronomía se pudieron librar de sus refinados influjo y
protección. Ya casi nada nos provoca vergüenza, exhibimos casi todo y
procuramos sacar impúdica plusvalía de cuanto exhibimos. ¡Todos útiles a la
mínima que rentemos nada!
Antes veraneábamos y recibíamos
veraneantes, hoy ofertamos turismo. Turismo de playa, de montaña, de congresos,
profesional, gastronómico, religioso y de comitiva, ¡que no vuelvan las
procesiones! Y, cómo no, ahora el turismo que ofertamos es cultural. Bajo el
paraguas de Orain Gipuzkoa… orain es cada
día, el departamento foral de cultura se publicita con el lema de orain turismoa, orain kultura ofreciendo
a nuestros alcaldes la posibilidad de pavonearse cada uno de su geografía, de
su comercio, de su aquello, y organizando incluso exposiciones artísticas
severamente críticas con las ciudades y territorios que convierten al turismo
en importante recurso de subsistencia.
Lo que voy a decir lleva camino de
convertirse en un clásico del verano, tanto casi como el veraneo en Lizarraga.
Pero sin sumarme a ese renegar creciente a causa del turismo, incluso no
dudando de los contenidos culturales de las ofertas turísticas, ni siquiera
descreyendo, que lo debiera hacer, de los balances económico turísticos que
ofrecen los responsables culturales, proclamo que, si la cosa es como dicen,
¿Por qué no conseguimos los sectores beneficiados inviertan en cultura y dejen
de exigir descaradamente que lo hagan las instituciones públicas?
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