viernes, 20 de octubre de 2017

FUEGOS

EL DIARIO VASCO 20-10-2017


Incendios, fuego... A la tristeza acumulada he de añadir que empieza a olerme a humo la memoria y a tener hollín en el entendimiento ¿me pasará sólo a mí? Raro ¿verdad? Y mira que he visto fuegos, cuando el fuego, como la muerte, la enfermedad, era un hito que, en su menor excepcionalidad, tenía carácter más cotidiano y las responsabilidades, las públicas, dormían el sueño de los justos. Se seguía adelante, con dolor o sin él.
Es difícil olvidar el paso de los bomberos, a una docena de kilómetros del incendio y sin camino rodado, tañendo una lánguida campana que llamaba a no se sabe quién en la oscuridad. En noches así, el corazón infantil dormía encogido. Es inevitable recordar el repique a fuego del campanario, obligando a salir y acudir. Cómo no recordar el cadáver del operario, fallecido en la humareda del taller, sacado a hombros por el caos voluntarioso, el mismo que invadía las viviendas a salvar los pertrechos lazándolo todo, porcelana, madera, cristal y textil, por el balcón… aquella mujer, llegada, desde cinco kilómetros, al parque de bomberos en autostop, metiéndoles prisa para que corrieran. Nunca vi una ambulancia, un médico, una organización, sólo una resignación que volvía a emprender la vida como si lo más normal fuera empezar cada día desde la nada.
Hoy, no me pillan tan lejos los tiempos sin sirenas. Los recuerdo en color, colores muertos, curtidos, crueles, y me los entienden en blanco y negro. No es poco. Ni les faltará una ambulancia ni modos de asistencia, más o menos puntual. Lo imposible, tras tanto incendio, es que le vengan a uno soplagaitas, antifranquistas diferidos, reprochándole pertenencia al régimen del 78, y evitar ofender con la respuesta.


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