Decía el colega Gorrotxategi en su columna en euskera del
miércoles, que la materialización de ideas y proyectos es más viable en grupo
que en solitario, aunque ello coarta la libertad individual y la capacidad
crítica. Que el grupo nos acaba acallando. Esto me trajo a la memoria la
historia del soldado herido que perdió su memoria, lengua e identidad. En su
rehabilitación acudía a bares donde otros soldados borrachos cantaban. Él hacía
durar lo más que podía su vaso de cerveza para cantar con aquellos desconocidos
compañeros de borrachera canciones que no comprendía. Le resultaba
tranquilizador fundir su voz con la de los demás, sentir que las palabras que
salían de su boca eran verdaderamente suyas, como si estas, aprendidas a
imitar, indicaran la conciencia de un significado que él desconocía.
Entre nosotros es frecuente encontrarte con gente que,
desconociendo el idioma, se siente plena e inserta en la primera fila de su
comunidad cantando en euskera y en grupo. No es cuestión señalar a ningún
grupo. Pero, convendrán conmigo que hay quien canta esa incoherencia fúnebre
del Agur Jesusen Ama con el mismo ardor que el Eusko Gudariak o el fervor del
Gernikako Arbola, o a quien se le acelera la circulación con el Txoria txori,
Urepeleko artzaia o el Baga biga. Inolvidable la marcha de San Ignacio de
Esperanza Aguirrre.
A fuerza
de frecuentar la situación siento que me resulta entendible. No voy a ser yo el
único raro. Es parecido a cuando publico mi columna en euskera y me encuentro
con lectores que lo desconocen, pero lo sienten. Así me lo dan a entender
cuando les digo que es que está escrito en su idioma, en el de ellos. Tan
infelices, se lo creen y siguen cantando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario