El visitante de la tamborrada respondió
a la invitación de un donostiarra que le había prometido vivir la fiesta más
maravillosa del mundo. Recuerda aquella noche, y su día, como una sesión de
tortura a la que fue sometido en la habitación de una pensión del centro de la
ciudad. Hoy, todavía, no ha superado el trauma. ¡Y nosotros tan contentos, dale
que dale al tambor y al Bagera! Unos
por la más estricta tradición y otros por el imperativo de la diversión.
Entre tanto ha salido el jefe de la
Banda, no se me malinterprete, Ansorena, a poner bastantes puntos sobre
bastantes ies. Entiendo que ha pedido mesura en la desmesura y ha aprovechado
el viaje para desplegar una ironía, en puntos un tanto ácida, consecuencia de
sensaciones similares a las padecidas por el visitante antes referido. Es la
metáfora del, por llamarlo de alguna forma, debate ciudadano, que debería de
tener claro que, Sarriegi es el autor del legítimamente proclamado himno de
Donostia y que quienes así lo proclamaron no merecen ser ofendidos insinuando
que pudiera ser que desconocieran la lengua de Serafín Baroja. Vaya.
De todas formas, al ritmo que llevan la
vasquización accesoria de la tamborrada, como si antes no lo fuera, y nuestro
enraizamiento en la historia, auguro que en tres o cuatro lustros puede
volverse canónica alguna tesis que corrobore que la tamborrada tiene su cuna en
Azpeitia (Nafarroa) merced a la descendencia de Sarriegi, o de Baroja, de alguna
cuñada perdida en algún escarceo por la ruta ignaciana. Y así.
Sin sobreestimulaciones, ni manoseos sin
consentimiento explícito, ¡divertíos! Yo, como Tipitto, nunca he tocado en una
tamborrada. Soy hombre de paz.
Oso, oso ona, Ramón. Yo también soy hombre de paz. Tampoco he tocado nunca en una tamborrada.
ResponderEliminar