Lo dije y lo mantengo. Por mucho que ese
par de esculturas en el perímetro del estadio, hasta ahora municipal, de Anoeta,
quieran ser una advocación a la no violencia en el fútbol y a la memoria de
Alberto Ormaetxea, no dejan de ser un error, y horror, estético y ciudadano. De
lo segundo reconozco parte de responsabilidad personal, aunque lo sea por
omisión. Quien esto afirma corre el riesgo de ser visto como partidario de la
violencia y opositor a la memoria de Alberto Ormaetxea. Y quien crea que haya
razones suficientes para pensar que sí, o parecido, puede encontrarse con miles
de personas que comparten su opinión. Nada más incierto.
Algo similar les puede ocurrir a
aquellas personas que muestren desacuerdo, sea artístico, político o ciudadano,
con la escultura Arbolaren egia de
Koldobika Jauregi implantada en el parque Roland Barthes de Bayona. Pueden ser
enemigas declaradas del escultor o, peor todavía, de la paz y de la
reconciliación. Serán gente molesta por una metáfora de la no violencia y de
una práctica ciudadana unitaria y bienintencionada. Víctimas, a mi entender, de
procedimientos de poca corrección democrática.
Más vale un proceder y actuar
democrático que mil deseos y advocaciones a la paz y a la convivencia. La
convivencia y la paz lo son menos si no son trasparentes. Por tanto, entiendo que,
si entre todos se hubiera aceptado la necesidad de una metáfora escultórica,
entre todos elegido, en libre concurrencia, la idea y el autor de la obra,
entre todos su emplazamiento… hubiera sido, aun para quienes les resultara
molesta y fea, un hecho incuestionablemente democrático. El resto son nuestras
malas prácticas y su metáfora.
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