Quien
no se haya enterado del derribo de la Villa Zerutxo se lo tiene que
hacer mirar y decidir, definitivamente, en que mundo vive. A mi es
como si me hubieran arrebatado algo muy personal, una sensación rara
de irreparabilidad. Y no sé si tengo razón. Son tan maximalistas
los discursos públicos sobre defensa y preserva de patrimonio, tan
acto de fe ciega, tan poco didácticas y tan vehementes que siempre
tengo reparos en alienarme con ellos aun cuando tengan razón, que no
son pocas las veces. Y esta vez me temo que el derribo pueda ir algo
más allá de perturbar mis nostalgias personales, que ha sido un
derribo en detrimento de nuestro patrimonio histórico y cultural.
Habrá quien lo sepa explicar
En
cambio, mi habitación da al patio trasero de lo que, hasta bien
poco, fue convento de la Siervas de María y hoy es el embrión de un
nuevo hotel. Se obliga a conservar la fachada y la capilla cuyo
ábside vive en mi mirada cada vez que asomo al balcón. Podría ser
éste otro elemento personal de nostalgia, pero no. No hay vez que
mirando a esa trasera no eche de menos el aseo y buen cuidado del
lugar por las monjas, no monjitas, por favor.
Me
pregunto qué mente preclara, funcionario diligente o arquitecto
hipertenso, ha calificado ese elemento arquitectónico como elemento
de preserva histórico cultural. Es un valor que no le aprecio,
quizás por ignorancia, y siempre me asalta la duda de que su único
mérito para la posteridad haya sido el de ser recinto eclesiástico,
como si de estos no hubiera cutreces ni adefesios. Estoy dispuesto a
cambiar de opinión, pero para ello alguien se tiene que molestar en
explicarnos convincentemente por qué unos elementos han de
preservarse y otros no ¿Tan difícil es?
No hay comentarios:
Publicar un comentario