EL DIARIO VASCO 7-12-2012
Cada vez con más frecuencia aparecen
representantes públicos pidiendo perdón por su actitud o determinados
comportamientos. Es un gesto que honra a quien lo hace y agradecemos quienes lo
vivimos. Pero como casi todo, la honra y la gratitud también tienen sus
límites. Para que resulten creíbles empiezan a ser demasiados, dan la impresión
de que es una artimaña más para fingir una bondad natural y distraída con el
ánimo de perpetuarse donde están y sobrevivir con apariencias de dignidad en
una realidad crudamente calamitosa y, gracias a ellos, casi, ya, perpetua. Ya
no basta con pedir perdón, nunca debiera de haber bastado, más importante que
el perdón es la exigencia de responsabilidades.
Otra que nos canta por nuestra ciudad
es la de los derechos humanos. Me viene a colación con motivo de su
conmemoración con un acto en memoria y reconocimiento a todas las víctimas del
conflicto. Sin insistir en el cinismo de
los que jalearon, justificaron y estimaron necesaria la conculcación de
derechos humanos al servicio de su causa, resulta difícil de sobrellevar sin
rebelarse un llamamiento directo que hacen a la responsabilidad de la ciudad y
de la ciudadanía y uno bien indirecto a ellos mismos, los gobernantes.
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