sábado, 1 de diciembre de 2012

SEMÁFOROS

EL DIARIO VASCO - 30-11-2012 
               Es bonito contar como se fue niño si el recuerdo se aliña con un poco de cariño. Pero poca gente renunciaría a ser adulta para retroceder a la más feliz de las infancias vividas. Es que yo creo que ser niño es, sobre todo, no ser lo suficientemente mayor y querer serlo a toda costa. Es su signo predominante. Recuerdo haber padecido esos hábitos de los mayores que a uno no le dejaban ser mayor y lo infantilizaban injustamente: la costumbre de mi madre, ahorrando tela, de cosernos los pantalones extremadamente cortos y sin bolsillos, así no había quien fuera mayor; la manía de obligarme a echar la siesta, obligación de la que estaba libre cualquiera que tuviera no muchos años. No había forma de ser mayor.
         Mi tío Xilbo  manifestó en su niñez su ardoroso deseo de ser mayor para poder llegar a ser un pordiosero o mendigo y perseguir en esa condición, garrote en mano, a cuanto niño se le pusiera delante. Es una perspectiva de vida comprensible en exclusiva desde lo infantil, y comprensible también en quienes tienen la obligación de comportarse y actuar sin atender a explicaciones, siempre al dictado de gente que incumple sus propias recomendaciones y sin derecho a saber el por qué de las cosas. Este es el pensamiento que me asalta cada vez que cruzo un paso de cebra con niño en frente o alrededor, cada vez que contemplo el fluir peatonal diario, porque pienso que los niños urbanos querrán ser mayores, pero ya mismo, para poderse saltar los semáforos en rojo. Pero todos los semáforos, sin dejar ninguno, como los mayores.

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