EL DIARIO VASCO 17-5/2013
Para la
Academia de la lengua inmigrar es dicho del natural de un país: llegar a otro
para establecerse en él, especialmente con idea de formar nuevas colonias o
domiciliarse en las ya formadas. Para la de la lengua francesa ídem e
inmigrante es quien lo hace. Para Euskaltzaindia inmigrante significa lo mismo pero
en segunda acepción, en su primera significa persona desconocida que viene de
fuera, y para algún otro es aquel que llega de fuera al lugar del hablante. Sea
lo que fuere es palabra con poca carga positiva y, por tanto, no muy agradable de
sobrellevar.
Llama la
atención el honor que la ciudad de Nueva York ha rendido a su primer inmigrante,
llegado de La Española en 1613 y apellidado Rodríguez, dedicándole una calle. A
saber las connotaciones que la palabra inmigrante tiene para un neoyorquino, temo
que lo que entre ellos puede suponer un honor, seguro que de poca renta, un
poco más al sur puede resultar una indisimulada acusación de genocidio, con la
rara sensación que produce eso en boca de descendientes directos de los
supuestos genocidas a quienes no salieron medio paso de su pueblo ni en la
desesperada busca de novia.
El
inadecuado uso de lo políticamente
correcto suele delatar a quien lo hace. En los primeros años de nuestra
democracia un partido político azpeitiano, a la búsqueda del voto inmigrante,
remitió una carta a determinados apellidos y esta rezaba: “querido inmigrante.”
Recuerdo que Aguado, goiherritarra de nacimiento y vascófono integral, la
recibió y se cabreó como si le hubieran llamado genocida. Otro monumento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario