Dicen
las estimaciones que la lengua española genera el dieciséis por ciento del
valor económico del producto interior bruto de España. Debe de ser un valor
alto, yo diría que muy alto. Para aquellos que de economía lo único que sabemos
es que los años son muy cortos y los meses muy largos, y para los que todavía
nos encandilamos con la belleza que creemos que las palabras pueden generar,
está claro que el idioma, los idiomas, son valores a cuidar aunque solo sea por
su valor económico. Un factor a valorar en el recorrido de la crisis.
Hay
quien estima, también, que el único debate sobre la ciencia en español versa
sobre cómo traducir los neologismos del inglés. Pasando de que Newton
escribiera su obra en latín, no en inglés, de que la lengua alemana tuvo su medio
siglo o más de gloria y preponderancia, de que el inglés es hoy la lengua y de que
parecemos estar en vísperas de que el chino sea la lengua franca, la academia
de la lengua aconseja decir fracturación, como lo hace la lengua francesa, en
lugar de fracking. Así se hace.
Más
allá de su valor con relación al PIB, que lo imagino considerable, en euskera parece
imponerse también fracking hasta que alguien avise de la idoneidad del camino
francés. También entonces, a regañadientes, obedeceremos sumisamente. Pero
entretanto se ha de saber que la imbécil y altanera displicencia de esa mueca
que se les cae a algunos al decir que a aeropuerto le llamamos aireportua, y aerodromoa
al aeródromo, es fruto exclusivamente de eso, de la pura imbecilidad y de una
ignorancia extrema. Dixit
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