Hacía bastante que madre había empezado
a marcharse, cuando se aburría de estar entre nosotros dejaba de funcionar como
hasta entonces lo había hecho. Tiró la dentadura al río en día de riada,
imposible recuperarla. Le preguntamos qué es lo que había hecho y por qué, nos
respondió que a ver si se le notaba mucho, madre era otra madre.
Llamamos al dentista que le había
tratado, hacía ya años, y para sorpresa nos dijo que la atendería en el
domicilio, tres o cuatro viajes a Urrestilla. Madre, amable, departió con el
dentista. Cuando este le dijo que atendía a la duquesa de Alba, madre se alegró
mucho y le preguntó si la conocía, que la diera recuerdos ya que eran amigas.
El dentista sorteó primero la sorpresa y comprobó posteriormente que éramos una
familia que gastábamos ingenio y que se estaba convirtiendo en el dentista de toda
la nobleza. A lo mejor fue por eso que no quiso cobrar.
Madre no se quiso poner la nueva
prótesis porque nosotros no éramos dentistas. Vino un día el técnico de la
lavadora y le rogamos que hiciera el dentista. Lo hizo, y la convenció,
madre dejó de estar desdentada. Habíamos
dado con un dentista (estadísticamente) raro y un técnico de lavadoras con
dotes teatrales y bien dispuesto. Quizás otros dentistas, otros técnicos de
lavadoras, o de calentadores, nos hubieran hecho felices a madre y a nosotros,
pero esos lo consiguieron. Como otra mucha gente que está capacitada para ello,
aunque de primeras no lo parezcan. Madre se fue del todo el lunes, dejando mesa
para cinco, eta kristala lausotzen duen lurrina kendu gabe
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