Eso de tirar cosas a los futbolistas
durante un partido de fútbol es uno más de los gestos incívicos secularmente
extendidos en ese espectáculo. Quien no lanza un botellín, lanza un tetra brik,
un gato, un conejo, una moneda. Pocas veces percibo en esos lanzamientos
intención más inteligente que la de hacer diana, o la de escupir la mala baba
tirando trastos. Sí que hay objetos con mayor significado. Una moneda dice lo
que dice, o un gato negro, una flor. Una prenda íntima puede leerse como algo
que no tenga ninguna relación con la protección o el abrigo. Cosas del fútbol.
Lo que mi cultura de los símbolos no
sabía hasta hoy era que cuando lanzaban un plátano llamaban macaco a alguien y
no era que se deshacían con furia de la merienda o querían hacer daño con algo
medianamente contundente. Así lo ha interpretado la policía que imputó, en
aplicación del artículo del Código Penal que entiende que es un hecho que provoca a la discriminación, al
odio o a la violencia contra grupos o asociaciones por motivos racistas, al lanzador de un plátano a un jugador
del Barça. Hoy ya lo sé.
No tengo nada que objetar a esa ola de
conciencia antirracista que ha invadido a los medios de comunicación, nuestra
vanguardia cívica, y que, tan políticamente correctos todos, nos ha puesto a
consumir plátanos por antirracismo solidario, salvo el eco y el énfasis de
simpatía que están poniendo en ese modélico entrenador finalista de la liga de
campeones agradeciendo a las mamás de los jugadores por haber traído a sus
hijos al mundo con unos huevos tan grandes. ¡Así se habla!
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