Es innegable que todas las procesiones y comitivas, sin
excepción, que suelen transcurrir en dirección a su correspondientes templos,
por masivo que sea su apoyo social, son un vestigio de tiempos de religión única
y obligatoria, de tiempos que nunca se caracterizaron por el reconocimiento de
las libertades aunque en ocasiones se conmemoren heroicidades y gestos
realmente cívicos. Extrañamente, no les resulta motivo de sonrojo a quienes las
protagonizan, es más, proclaman que son partícipes y fieles cumplidores de
alguna tradición.
No es necesario que el lector se estremezca al leer u oír la
palabra tradición, aunque motivos para ello no le falten. Pero creo obligado
recordar que si las tradiciones en algo se diferencian de la historia es en que
les es innecesario cualquier rigor, científico o académico. Las tradiciones lo
son porque queremos que lo sean y no lo son cuando decidimos que no lo sean. Ni
son un imperativo legal, ni nadie está obligado a su cumplimiento. Hará bien en
discutir quien piense lo contrario.
Debido a mis convicciones cívicas, civiles, adquiridas junto
con el uso de razón política, en mis veintidós años de cargo político no acudía
en comitiva cívico religiosa. Respeté y fui respetado. Hoy, duele leer y oír a
gente que ha vivido la persecución de la violencia política, decir que la
comitiva de la Salve debe ser recuperada porque en tiempos se cedió al chantaje
de los violentos. Duele que las convicciones laicas de otros perseguidos sean pisoteadas
de esa manera y horripila ver como se hace pornografía política con el
sufrimiento de la violencia, de lo cual también, algún día, habrá que rendir
cuentas..
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