Hay
gente de la política que, tan instalada y habituada, vive como una injusticia
que se le recuerde que la vida fuera de la institución está achuchada y que
debería tenerla más en cuenta a la hora de asignarse un sueldo. La observación
suele resultar molesta, se acaba hablando de las diferencias y a la pregunta de
cuantas de ellos serían capaces de ganarse el mismo sueldo en el mercado,
contestan convencidos que puede que ganaran incluso más. Las más de las veces eso
no indica sino una pérdida de contacto con la realidad que acaba en tóxico
desgobierno.
No es
intención alimentar el vomitivo discurso de que si hay gente dada a la política
es por afición a meter mano en la caja y
por conseguir dinero fácil. De esos hay en todos los oficios y defendidos
y escudados por la privacidad, un mundo supuestamente sin padrinos y con feroz
competencia. Sólo proclamo el derecho de los de la cosa pública a compensaciones
dignas y a que tengan un cese no humillante, privilegio, hasta el momento,
reservado casi en exclusiva, a los funcionarios.
En esta lógica me enervan bastante el exagerado y resentido
eco de las noticias referidas a subidas de sueldos a cargos políticos, y me
enerva más todavía la torpeza argumental utilizada por estos a la hora de
justificar la asignación de esos sueldos, de defenderse de la acusación. Es una
imbecilidad creer que el político debe de cobrar un euro más que el funcionario
mejor remunerado bajo su control y directrices. Debe de cobrar lo que le
corresponda de más, o de menos, teniendo en cuenta siempre que a él se le
compensa su dedicada actitud ciudadana y al otro se le da un salario por su
aptitud profesional y técnica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario